Por: Gibrán Ramírez Reyes
Puedo recordar a los periodistas “chayoteros” que se formaban para recibir su cuota del erario, recuerdo también las camisas de seda fina pekinesa de Gustavo Díaz Ordaz, así como el cinismo de José López Portillo al decir que su hijo, José Ramón, era el orgullo de su nepotismo; también recuerdo la colección de autos de Carlos Hank y la extravagancia del “negro” Durazo, los reos con privilegios tales como cavas propias, las bebidas exóticas de Jorge Hank, el origen de su empresa de apuestas y muchas otras cosas que desnudan a México como el país donde “la corrupción ha sido durante mucho tiempo no una enfermedad del sistema sino el sistema mismo”.
Yo nací en 1989 y recuerdo todo esto gracias a la terca memoria de Julio Scherer, que a lo largo de sus libros ha compartido con nosotros las entrañas de la vida pública del país, lo recuerdo, pero nada de ello viví.
El nombre de Julio Scherer representa mucho para cualquiera que toque el tema de la libertad de expresión y el periodismo independiente en nuestro país; la posibilidad de expresarnos que existe actualmente no podría entenderse sin la influencia que ejerció Don Julio al frente del Periódico Excélsior desde 1968 y hasta 1976 cuando el presidente Echeverría asestó un golpe al periodismo independiente en nuestro país, orquestando un boicot al diario que -en tiempos de Scherer- fue el mejor de México y uno de los mejores del mundo, según dicen algunos.
Fue el Excélsior de Scherer el periódico que retrató la verdad como era, fue el Excélsior de Scherer también el que no borró de la realidad a los grupos guerrilleros, fue el único periódico crítico la mañana del tres de octubre de 1968 (cuando la mayoría de los diarios le hicieron el juego al poder incluso justificando la matanza) en el que el editorial (¿escrito por Scherer?) rezaba que “no es matándonos entre nosotros como hemos de edificar el México que todos amamos” ; fue el diario que denunció la inmadurez del gobierno mexicano, fue el lugar hecho a la medida para la ventilación de la verdad y para la expresión de los grandes intelectuales de México.
El periódico era de Scherer, Vicente Leñero, Octavio Paz, Daniel Cossío Villegas, de un gran equipo de reporteros, de la libre expresión, de la sensatez, del valor, de la crítica; pero más que todo eso, el Excélsior de Scherer fue el verdadero “periódico de la vida nacional”.
Después del golpe a Excélsior, Scherer no se dio por vencido y siguió en su labor crítica fundando el semanario Proceso, apoyado por los sectores críticos del país.
Julio Scherer nunca se vendió, a pesar de las intimidaciones gubernamentales –que no habían cesado ni con el cambio de partido en el poder- continuó ejerciendo el oficio de informador de la verdad.
El movimiento ocasionado en el estado de cosas del periodismo ha sido tal, que la inercia de Excélsior, junto con la de algunos otros valientes esfuerzos, ha tenido continuidad en lo que ahora son -por mencionar algunos ejemplos- el semanario Proceso, la revista Letras Libres y el diario La Jornada.
“La memoria es la biblioteca de la inteligencia”, ésa es convicción de Don Julio y también de algunos otros; no podemos separar de nuestra biblioteca ni su memoria, ni su ejemplo incorruptible, ni su aporte al avance del país y el periodismo.
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